El Santo Padre
participó esta tarde en un emotivo y sencillo acto en el hospital São Francisco
de Assis na Providência de Deus en Río de Janeiro.
La visita del Papa ha
sido la ocasión para inaugurar el Pólo de Atenção Integral à Saúde Mental (PAI).
Foto: noticias.terra.com |
El PAI, hecho posible
con la contribución económica de dos millones y medio de reales de la
Conferencia Episcopal Italiana (CEI), contará inicialmente con 40 camas, para
doblar su número antes de fin de año.
FUENTE: Oficina de
Prensa de la JMJ Río 2013
Discurso del Papa
Francisco en el Hospital San Francisco de Asís
Querido Arzobispo de
Río de Janeiro y queridos hermanos en el episcopado;
Honorables
Autoridades,
Estimados miembros de
la Venerable Orden Tercera de San Francisco de la Penitencia,
Queridos médicos,
enfermeros y demás agentes sanitarios,
Queridos jóvenes y
familiares
Dios ha querido que,
después del Santuario de Nuestra Señora de Aparecida, mis pasos se encaminaran
hacia un santuario particular del sufrimiento humano, como es el Hospital San
Francisco de Asís. Es bien conocida la conversión de su santo Patrón: el joven
Francisco abandona las riquezas y comodidades del mundo para hacerse pobre entre
los pobres; se da cuenta de que la verdadera riqueza y lo que da la auténtica
alegría no son las cosas, el tener, los ídolos del mundo, sino el seguir a
Cristo y servir a los demás; pero quizás es menos conocido el momento en que
todo esto se hizo concreto en su vida: fue cuando abrazó a un leproso.
Aquel hermano que
sufría, marginado, era «mediador de la luz (...) para san Francisco de Asís»
(cf. Carta enc. Lumen fidei, 57), porque en cada hermano y hermana en
dificultad abrazamos la carne de Cristo que sufre. Hoy, en este lugar de lucha
contra la dependencia química, quisiera abrazar a cada uno y cada una de ustedes
que son la carne de Cristo, y pedir que Dios colme de sentido y firme esperanza
su camino, y también el mío.
Abrazar. Todos hemos
de aprender a abrazar a los necesitados, como San Francisco. Hay muchas
situaciones en Brasil, en el mundo, que necesitan atención, cuidado, amor, como
la lucha contra la dependencia química. Sin embargo, lo que prevalece con
frecuencia en nuestra sociedad es el egoísmo. ¡Cuántos «mercaderes de muerte»
que siguen la lógica del poder y el dinero a toda costa! La plaga del
narcotráfico, que favorece la violencia y siembra dolor y muerte, requiere un
acto de valor de toda la sociedad. No es la liberalización del consumo de
drogas, como se está discutiendo en varias partes de América Latina, lo que
podrá reducir la propagación y la influencia de la dependencia química. Es
preciso afrontar los problemas que están a la base de su uso, promoviendo una
mayor justicia, educando a los jóvenes en los valores que construyen la vida
común, acompañando a los necesitados y dando esperanza en el futuro.
Todos tenemos
necesidad de mirar al otro con los ojos de amor de Cristo, aprender a abrazar a
aquellos que están en necesidad, para expresar cercanía, afecto, amor.
Pero abrazar no es
suficiente. Tendamos la mano a quien se encuentra en dificultad, al que ha caído
en el abismo de la dependencia, tal vez sin saber cómo, y decirle: «Puedes
levantarte, puedes remontar; te costará, pero puedes conseguirlo si de verdad lo
quieres».
Queridos amigos, yo
diría a cada uno de ustedes, pero especialmente a tantos otros que no han tenido
el valor de emprender el mismo camino: «Tú eres el protagonista de la subida,
ésta es la condición indispensable. Encontrarás la mano tendida de quien te
quiere ayudar, pero nadie puede subir por ti». Pero nunca están solos. La
Iglesia y muchas personas están con ustedes. Miren con confianza hacia delante,
su travesía es larga y fatigosa, pero miren adelante, hay «un futuro cierto, que
se sitúa en una perspectiva diversa de las propuestas ilusorias de los ídolos
del mundo, pero que da un impulso y una fuerza nueva para vivir cada día» (Carta
enc. Lumen fidei, 57).
Quisiera
repetirles a todos ustedes: No se dejen robar la esperanza.
Pero también
quiero decir: No robemos la esperanza, más aún, hagámonos todos portadores de
esperanza.
En el Evangelio
leemos la parábola del Buen Samaritano, que habla de un hombre asaltado por
bandidos y abandonado medio muerto al borde del camino. La gente pasa, mira y no
se para, continúa indiferente el camino: no es asunto suyo. Sólo un samaritano,
un desconocido, ve, se detiene, lo levanta, le tiende la mano y lo cura (cf.
Lc 10, 29-35).
Queridos amigos, creo
que aquí, en este hospital, se hace concreta la parábola del Buen Samaritano.
Aquí no existe indiferencia, sino atención, no hay desinterés, sino amor. La
Asociación San Francisco y la Red de Tratamiento de Dependencia Química enseñan
a inclinarse sobre quien está en dificultad, porque en él ve el rostro de
Cristo, porque él es la
carne de Cristo que
sufre. Muchas gracias a todo el personal del servicio médico y auxiliar que
trabaja aquí; su servicio es valioso, háganlo siempre con amor; es un servicio
que se hace a Cristo, presente en el prójimo: «Cada vez que lo hicieron con el
más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40), nos dice
Jesús.
Y quisiera repetir a
todos los que luchan contra la dependencia química, a los familiares que tienen
un cometido no siempre fácil: la Iglesia no es ajena a sus fatigas, sino que los
acompaña con afecto. El Señor está cerca de ustedes y los toma de la mano.
Vuelvan los ojos a él en los momentos más duros y les dará consuelo y esperanza.
Y confíen también en
el amor materno de María, su Madre. Esta mañana, en el santuario de Aparecida,
he encomendado a cada uno de ustedes a su corazón. Donde hay una cruz que
llevar, allí está siempre ella, nuestra Madre, a nuestro lado. Los dejo en sus
manos, mientras les bendigo a todos con afecto.
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