Ser misioneros: ¡id!
Por Mons. Jorge
Lozano, Obispo de Gualeguaychú
1) La evangelización
nace de la experiencia del encuentro con Cristo.
Cuando vemos una
película que nos gusta mucho, hablamos de ella, recomendamos a nuestros amigos
que vayan al cine. O cuando escuchamos una banda musical que nos apasiona lo
compartimos también.
Ayer citaba un pasaje
del documento de Aparecida que nos enseña que nuestra vocación es llamado para
compartir con los demás "por desborde de gratitud y alegría, el don del
encuentro con Jesucristo". "No tenemos otro tesoro que éste. No tenemos otra
dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del Espíritu de Dios, en Iglesia,
para que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y
comunicado a todos no obstante todas las dificultades y resistencias. Este es el
mejor servicio –¡su servicio!– que la Iglesia tiene que ofrecer a las personas y
naciones" (DA 14)
La Buena Noticia es
universal: para todas las edades, todas las culturas, todos los tiempos. Porque
es anuncio de liberación de todo lo que oprime al hombre.
Ser discípulo es ser
misionero. La fe es una luz que se enciende para iluminar la propia vida y la de
los demás. Al comienzo del "Sermón de la montaña", después de proclamar las
Bienaventuranzas Jesús dice a los discípulos que ellos son sal de la tierra y
luz del mundo (Mt. 5, 13 – 16.
La sal que da sabor a
los alimentos. Podemos decir que sin los cristianos el mundo es insípido, "le
falta algo", no llega a satisfacer. Pero antiguamente, y aún hoy, la sal se
usaba también para conservar la carne, para que no se pudra. Y esta dimensión de
nuestra vida social también es importante. Debemos preservar a la humanidad de
la corrupción.
El otro ejemplo que
nos propone el maestro es el de la luz. "No se puede ocultar una ciudad situada
en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de
un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los
que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que
hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre
que está en el cielo." (Mt. 5, 14 – 16).
Ver las buenas obras
y alegrarse es percibir la belleza que hay en quien obra el bien. La comunidad
cristiana cuando obra el bien, lo hace con belleza.
Manifestemos la
belleza del amor, la esperanza, la fe. Mostremos lo hermoso que es creer en
Dios, ser amigos de Jesús.
Cuando nos
bautizaron, el sacerdote o diácono entregó a los padrinos una vela encendida del
cirio pascual, indicando así que la vida del resucitado estaba en nosotros desde
ese momento, y decía: "a ustedes, padres y padrinos, se les confía la misión de
acrecentar esta luz para que ellos (estos niños), iluminados por Cristo, vivan
siempre como hijos de la luz....".
La fe la hemos
recibido de la Iglesia. Formamos parte de una larga cadena de eslabones que nos
unen con toda la historia del Pueblo de Dios. Los atletas en las Olimpíadas se
pasan la llama de mano en mano, el que la entrega ya no la posee. Nosotros al
entregar la luz de la fe a otros, no dejamos de poseerla. La luz de la fe,
paradójicamente, aumenta si la compartimos y se debilita si la guardamos.
San Pablo
experimentaba esta urgencia exclamando "¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!"
(I Cor 9, 16).
La Iglesia existe
para evangelizar. Esa es la razón de su existencia: "Vayan por todo el mundo y
anuncien la buena noticia".
2) La evangelización
procede de la caridad.
Cuando una persona no
vidente está por cruzar la calle, es común que algunos se acerquen para ofrecer
su ayuda. Es un movimiento espontáneo de servicialidad.
Dios, viendo la
humanidad sin rumbo, se compadeció de nosotros y por el amor que nos tiene envió
lo más amado: a su propio hijo. Confirmando esto, dijo Jesús a Nicodemo: "Sí,
Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree
en él no muera, sino que tenga Vida eterna" (Jn 3, 16).
La misión de Jesús es
expresión del amor de Dios. Nuestra misión también. Es el mismo Padre con su
mismo amor el que nos dice: "Vayan". "Como el Padre me envió a mí, yo también
los envío a ustedes" (Jn 20,21), dijo Jesús resucitado.
El mundo nos
necesita. Dios ama a este mundo, creación de Él. No se desentiende de suerte, de
su destino.
"Nuestro mundo está
lleno de contradicciones y desafíos, pero sigue siendo creación de Dios, y
aunque herido por el mal, siempre es objeto de su amor y terreno suyo, en el que
puede ser resembrada la semilla de la Palabra para que vuelva a dar fruto."
(Mensaje Final del Sínodo Nº 6)
La cercanía con los
pobres es uno de los signos de autenticidad de la misión de la Iglesia "Todo lo
que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado
con los pobres reclama a Jesucristo" (DA 393).
Los pobres y los
jóvenes deben ser el centro de nuestra atención misionera.
Predicaba al Papa
Francisco el Domingo de Ramos: "Los jóvenes están llamados a ser apóstoles del
Evangelio junto a sus coetáneos; se preocupen por eso sobre todo por los que
sufren, por los que están solos y lejos de Dios. Se trata de salir de uno mismo
a las periferias del mundo y de la existencia, para llevar a Jesús". (Homilía
Domingo de Ramos).
Salir de uno mismo.
Salir de lo conocido y desplazarnos con confianza hacia las periferias del mundo
y de la existencia, podríamos decir periferias geográficas y antropológicas.
Unas son los
suburbios, los lugares más alejados y, por lo general, los más pobres. Por qué
no pensar también en la misión ad gentes. Animémonos a decir a Jesús: "¡Aquí
estoy! Envíame".
Las otras periferias
son existenciales: los que están solos, enfermos, privados de libertad, adictos
al alcohol, la droga, el consumismo. A quienes sienten un vacío acá en el pecho
y no saben qué hacer con su vida que se desploma hacia la muerte o el
sinsentido. Ellos también están confiados a nuestro amor.
Yo sé que ustedes
aman a Jesús, y a su Vicario el Papa Francisco. Ofrézcanse para lo que haga
falta.
3) Siempre arraigados
en Cristo y en la Iglesia.
La tarea misionera
consiste en compartir la experiencia de encuentro con Cristo. No es hacer
propaganda de ofertas en un supermercado o promocionar un "producto para el
espíritu humano". Brota del discípulo que escucha la Palabra y la comparte con
alegría. El Papa Benedicto XVI, al inaugurar la V Conferencia General del
Episcopado de América Latina y El Caribe, resaltaba que "la Iglesia crece por
atracción, no por proselitismo".
El mensaje final del
Sínodo de los Obispos nos ha dicho: "La obra de la nueva evangelización consiste
en proponer de nuevo al corazón y a la mente, no pocas veces distraídos y
confusos, de los hombres y mujeres de nuestro tiempo y, sobre todo a nosotros
mismos, la belleza y la novedad perenne del encuentro con Cristo". (Mensaje al
Pueblo de Dios – Sínodo Nº 3)
"Hemos de constituir
comunidades acogedoras, en las cuales todos los marginados se encuentren como en
su casa." (ídem)
"Es nuestra tarea hoy
el hacer accesible esta experiencia de Iglesia y multiplicar, por tanto, los
pozos a los cuales invitar a los hombres y mujeres sedientos y posibilitar su
encuentro con Jesús, ofrecer oasis en los desiertos de la vida. De esto son
responsables las comunidades cristianas y, en ellas, cada discípulo del Señor.
Cada uno debe dar un testimonio insustituible para que el Evangelio pueda
cruzarse con la existencia de tantas personas. Por eso, se nos exige la santidad
de vida". (ídem)
Qué hermoso que
podamos entender así nuestra misión: multiplicar los pozos. Lograr que el
Evangelio salga al cruce de las experiencias humanas.
No estará ausente la
incomprensión o la cerrazón del corazón de los hermanos. Lo experimentó Jesús,
lo sintieron los apóstoles y los santos. ¿Por qué nosotros no?
Algunos incluso
heridos a causa de los pecados de los ministros de la Iglesia o escándalos en
nuestras comunidades, nos rechazan con desprecio y enojo. Pero no estamos solos.
La comunidad juvenil nos sostiene en la oración y en el compartir experiencias
de vida. El Señor mismo nos aseguró: "Yo estaré siempre con ustedes, hasta el
fin del mundo". (Mt. 28,20)
Cada uno de nosotros
tiene un lugar en la Iglesia: laicos, consagrados, ministros. A todos nos llama
Jesús. Entre ustedes están quienes son o serán directivos de escuelas u
hospitales, senadores o diputados, gobernantes. Entre ustedes hay papás y mamás
que educarán con amor a sus hijos. Entre ustedes hay catequistas de hoy y de
mañana que ayudarán a incorporar a la comunidad cristiana nuevos hermanos. Entre
ustedes están quienes irán a misionar a los suburbios de las ciudades o al
África o Asia. Entre ustedes habrá también quienes sean martirizados a causa de
la fe. Seguramente también están los que sirven a los enfermos y abandonados.
Entre ustedes están quienes serán sacerdotes y obispos, y tal vez —por qué no—
el Papa en unos años.
Digamos a Jesús: aquí
estamos, somos tus amigos, envíanos.
+Jorge Eduardo Lozano
Obispo de
Gualeguaychú
ARGENTINA
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