Ser discípulos de Cristo
Por Mons. Jorge Lozano, Obispo de Gualegauychú
1.
Ser cristianos significa ser discípulos
Los tres temas de las catequesis que estamos compartiendo en estos días están
concatenados, unidos. El Papa Benedicto XVI cuando visitó Brasil en el 2007 para
inaugurar la Conferencia de Aparecida dijo "discipulado y misión son como las
dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no
puede dejar de anunciar al mundo que sólo él nos salva".
El
Evangelio de San Marcos nos relata de una manera breve una enseñanza muy
profunda. Jesús "subió a la montaña y llamó a su lado a los que quiso. Ellos
fueron hacia Él y Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él, y para
enviarlos a predicar" (Mc 3, 14).
En
el origen de la fe está el amor de Dios que nos llama. "No son ustedes los que
me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que
vayan y den frutos" (Jn 15, 16). Ninguno de nosotros "elige" ser cristiano en
una góndola de supermercado entre otras ofertas religiosas. Nuestra elección
consiste en dar una respuesta libre al Señor. Por eso San Marcos nos dice "llamó
a los que quiso", destacando que la iniciativa está en Jesús. Y mirándonos hoy a
nosotros aquí, podemos decir lo mismo: "llamó a los que quiso", nos llamó porque
quiso. Me llamó.
Antes de dar otro paso en el relato evangélico, quisiera destacar que ese
llamado es comunitario. Nos dice el Documento de Aparecida que "la vocación al
discipulado misionero es con-vocación a la comunión en su Iglesia. No hay
discipulado sin comunión" (DA 156). Debemos cuidarnos de las tentaciones de
búsquedas espirituales individualistas (autorreferenciales y hedonistas) o de
ser cristianos sin Iglesia (vivo la fe a mi manera) (cfr. id).
Nos dice el Concilio Vaticano II que fue "voluntad de Dios el santificar y
salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros,
sino constituyendo un pueblo" (LG 9). La esperanza a la cual somos llamados es
comunitaria, de un pueblo. Dios no llama superhéroes individuales.
Volvamos a San Marcos: "ellos fueron hacia él". La respuesta a la vocación
implica ponerse en marcha, ir hacia el encuentro con Él. La fe no es una gran
idea o un código moral por cumplir (cfr. DCE 1). Es una amistad que se alimenta
del encuentro. Pero hay que ponerse en marcha, salir de uno mismo, y poner la
mirada y el corazón en Otro, que me ama de verdad.
2.
Jesús, "el buen maestro".
Los llamó (y nos llama) "para que estuvieran con él", para permanecer en
su amor como los sarmientos en la vid (Jn 15).
Permanecer en Jesús. De eso se trata. Él nos dice: "el que me ama será fiel a mi
palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él" (Jn 14, 23). Y
por si no nos queda claro, continúa "el Espíritu Santo que el Padre enviará en
mi Nombre les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho" (Jn 14, 26).
Las palabras de Jesús, sus enseñanzas, se guardan en nuestro corazón por obra
del Espíritu Santo. Como les decía hace un rato, Jesús no nos enseña una
filosofía; Él mismo mora en nosotros.
Es
Palabra para dar frutos, para ser vivida. No es una noticia más, es Buena
Noticia para ser comunicada con alegría. "Redescubramos la belleza y la alegría
de ser cristianos. Aquí está el reto fundamental que afrontamos: mostrar la
capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros que
respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de
gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo." (DA 14).
Creemos en Jesucristo que "me amó y se entregó a la muerte por mí" (Gal 2, 20).
Esta certeza de Pablo es también nuestra. Podemos repetirlo sin temor a
equivocarnos ni a exagerar: "Me amó y se entregó a la muerte por mí".
No
podemos ser discípulos si somos oyentes olvidadizos o distraídos de su Palabra.
Debemos dejar que ella arraigue en nuestra vida. Cuántas veces ha resonado en
nuestro interior y se la llevaron los pájaros, o la dejamos ahogar por
preocupaciones y angustias mundanas.
Debemos darnos tiempo para sentarnos en paz a los pies de Jesús, y decirle
"habla, Señor, que tu servidor escucha" (1 Sam 3, 10). ¿Cuánto tiempo le dedicás
a escuchar a Jesús? ¿Qué lugar ocupa su Palabra en tu vida?
Si
queremos ser felices, digamos confiados como María: "que se cumpla en mí tu
Palabra" (Lc 1, 38). Sepamos tener una actitud contemplativa como nuestra Madre
que conservaba todas las cosas meditándolas en su corazón. (cfr. Lc 2, 51)
El
discípulo es el que reconoce, como Pedro, que sólo Jesús tiene Palabras de vida
eterna (Jn 6). "Señor, ¿dónde vamos a ir?" No hay otro lugar, otro maestro.
A
Cristo lo reconocemos y escuchamos porque su voz nos resulta familiar. Porque Él
es el buen pastor que da la vida por sus ovejas (Jn. 10).
Podemos también decir como está escrito en la Carta de San Juan, "Hemos conocido
el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él" (I Jn. 4, 16). (Este fue el
lema de la primera Jornada Mundial de la Juventud celebrada fuera de Roma, el
domingo de Ramos de 1987 en Buenos Aires.)
Somos de Jesús porque nos sabemos amados por Él, como nadie nos ha amado.
El
Espíritu que recibimos en el Bautismo y la Confirmación nos marca con un sello
en el alma.
3)
Confiar en Cristo y seguirlo
Ser discípulo misionero de Jesucristo nos vincula con Él de una manera
particular. Debemos dejarnos modelar por su gracia. Somos como arcilla en manos
de un artesano. ¡Un gran artesano! ¡El mejor! Él tiene en su mente y corazón qué
es lo que quiere lograr en nosotros. Nos va dando forma bella para hacernos
semejantes a Jesús.
A
veces alcanzar esa belleza puede hacernos sufrir. La conversión es un camino en
el cual la purificación del corazón es necesaria. Purificar nuestro afán
posesivo de bienes superfluos, cuando hay quienes no tienen para comer.
Purificar nuestros impulsos de dominio o poder, que nos lleva a no tratar a los
demás como hermanos. Purificar nuestros deseos de placer desordenado, mirando a
los demás como objetos de consumo o simples instrumentos para mi deseo. Y
podemos seguir enumerando purificaciones necesarias.
Seguir a Jesús abarca todas las dimensiones de la existencia: el noviazgo, el
estudio, el trabajo, la familia, la sociedad. Tenemos como medios privilegiados
la oración, la comunidad juvenil, los sacramentos, el amor a los pobres. Nos
ayudamos mutuamente en el camino del discipulado. Nos alentamos en los momentos
de dificultad, compartimos la alegría y la belleza de la fe.
En
este camino andan con nosotros los santos. Ellos están en el cielo y son
nuestros amigos, miembros de la misma Iglesia. No recibieron un Bautismo
distinto, ni comulgaron con una Eucaristía especial o recargada. Son hijos de
Dios que nos muestran que es posible vivir a fondo el evangelio.
+Jorge Eduardo Lozano
Obispo de Gualeguaychú
ARGENTINA
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