Sed de esperanza, sed de Dios
Por Mons. Jorge Eduardo Lozano, Obispo de Gualeguaychú
Mons. Lozano dando la catequesis |
1. Alegrías y sufrimientos de los jóvenes de hoy.
Los jóvenes suelen ser personas alegres, divertidas. Disfrutan de las fiestas,
la música, el deporte, los amigos…
Están en actitud de búsqueda: de su lugar en el mundo, en la vida, en el propio
grupo. Es el momento de elaborar un “proyecto de vida”. Quiero ser… ¿qué quiero
ser? ¿Quién quiero ser? ¿Qué quiero alcanzar en la vida?
Es
también tiempo de grandes ideales, de anhelar plenitud de la existencia. Brota
en el corazón indignación por la injusticia, por la pobreza, por el atropello al
ambiente. Búsqueda de verdad, bien y belleza. Búsqueda de libertad, paz, amor y
justicia. Una vez un joven que estaba promediando la universidad me dijo: “si
hubiera un lugar en el mundo en el cual no se haga daño, me voy para allá”. Pero
eso lugar no existe ¿o sí? ¿A vos qué te parece? Yo tengo mi propia respuesta.
En un momento te la comparto.
Jóvenes compartiendo |
Otra característica que veo en los jóvenes es el deseo de estar conectados
permanentemente. Las redes sociales, el teléfono móvil. Esto hace que por un
lado haya poca privacidad, todo está expuesto. Sabés dónde están tus amigos,
pero también sabés que no están con vos. Por eso, junto al estar hiperconectados
también se dan experiencias de incomunicación, de profunda soledad, que pueden
llevar también a la angustia.
Así como se da una gran valoración del grupo de amigos, o del club, o del
estudio, también se presenta el miedo a ser rechazado, a perder… en el fondo, a
no ser amado y valorado. Llega a darse en algunos grupos —especialmente de
adolescentes— sentir la presión al consumo de alcohol, drogas, o conductas
sexuales de riesgo.
Tienen todo el tiempo por delante. Pero a los logros los quieren de manera
inmediata. Les cuesta la paciencia. Los fracasos suelen desmoralizarlos, y les
cuesta reponerse. Suelen experimentar poca perseverancia ante la derrota.
Un
psicólogo escribía que el paso de la adolescencia a la juventud madura se daba
alcanzando la estabilidad en el amor y el trabajo. Justamente las dos
dimensiones tienen sus dificultades. Por eso dicen que se prolongó la
adolescencia casi hasta los 30 años de edad. Reflexionemos un rato acerca del
amor y el trabajo en los jóvenes.
En
el amor: se perciben dificultades para lograr relaciones afectivas estables. En
un documento de la Conferencia Episcopal Argentina se describían como relaciones
“emotivamente intensas, pero fugaces” (Navega Mar Adentro, año 2003). Como la
luz del flash, que enceguece, pero no perdura.
Una sobrina de 23 años de edad a la que quiero mucho, pero que nos vemos poco,
el año pasado me mostraba un tatuaje en su brazo y me decía: “esto es lo más
permanente que logré conseguir hasta ahora”.
Se
dice que ésta es una época marcada por la falta de certezas. Esto
particularmente afecta a los jóvenes. Por eso se valora tanto el instante o el
fragmento por sobre el futuro o el largo plazo. El amor eterno apenas se expresa
como “para siempre mientras dure”.
También aparecen miradas pesimistas o negativas acerca del amor. Conversando con
un amigo que es analista de cine, me hacía notar que algunas películas sobre
vampiros, hombres-lobo, nos muestran incluso que no se puede amar sin hacer daño
a la persona amada, arrancándole un pedazo o provocándole la muerte.
Y
en el trabajo: en la mayoría de los países de América Latina y el Caribe la
falta de trabajo se da particularmente entre los jóvenes. También en Europa,
ante la crisis, los primeros en quedar desocupados son los jóvenes; que además,
si tienen empleo, suelen ser los de baja calidad, menor remuneración y con pocas
garantías de perdurabilidad. Esta falta de estabilidad laboral y contar con un
salario digno les dificulta y hasta impide que puedan formar familia.
Mons. Lozano imparte la bendición a una jóven |
Ante esta realidad de incertidumbres, de dificultades para desplegar alas y
volar, existen algunos riesgos que son muy serios.
Uno de ellos es el buscar refugio en “falsas ilusiones de felicidad y paraísos
engañosos” (DA 443) sin consistencias, o “fabricarse” mundos de fantasía en los
cuales todo funciona a la perfección, pero son tan falsos como un círculo con
tres vértices.
Recordemos el diálogo de Jesús con la mujer Samaritana junto al pozo en el
desierto. El maestro aprovecha aquella circunstancia para enseñarnos. Ella tiene
que ir con su cántaro todos los días, pues el agua del pozo calma la sed
momentáneamente. Jesús le habla de un agua viva que sacia de verdad.
Esa es la búsqueda del corazón humano. Los salmos lo expresan de manera muy
bella “Mi alma tiene sed de Dios, cuando llegaré a ver su rostro” (Sal 41, 42).
“Como busca la cierva corrientes de agua así te busca mi alma” (Sal 42).
San Juan de la Cruz, místico español, escribió: “¡El corazón humano no se
satisface con menos de Infinito!”. Y ustedes, queridos amigos, lo experimentan
en propia carne.
Los riesgos que podemos experimentar en el desierto son el agua contaminada y el
espejismo. Una nos daña calmando momentáneamente la sed, pero provocando
enfermedad y muerte; el otro nos hace gastar energías corriendo para alcanzar la
nada, sumiéndonos en decepción que paraliza.
Ante las dificultades de la vida se hace presente el riesgo de la evasión.
Querer escapar del mundo real por medio de la droga, el alcohol, la mentira, la
hipocresía, la ludopatía, el consumismo… Caminos que no sacian la sed profunda
del corazón.
Una bella canción de esta tierra que nos acoge canta con cierta melancolía: “la
tristeza no tiene fin, la felicidad sí”.
Pero nosotros, creyente y peregrinos, reconocemos que no todo está perdido.
Compartiendo mates después del encuentro |
2.
Expectativas de una esperanza nueva
¿La esperanza es posible? ¡Claro que sí! Pese a que los mensajes que hay sobre
los jóvenes sean negativos o pesimistas, nosotros sabemos que esa no es toda la
verdad.
No
es cierto que la juventud “está perdida” o “encerrada en su mundo”.
Me
contaba un sacerdote que trabaja en barrios muy pobres (villas de emergencia o
favelas) cómo una mamá jovencita (de 17años) hacía esfuerzos enormes para dejar
la droga por amor a su niña.
Los jóvenes siguen soñando aún ante la adversidad. Y esos sueños son
interrogantes proféticos que resuenan en el interior de la Iglesia. Cada corazón
joven que late en este templo es un reclamo a nosotros. En muchos templos de Río
de Janeiro hay millones de corazones juveniles que palpitan preguntando: ¿cómo
ser felices para siempre? ¿Cómo alcanzar la perfecta alegría? ¿Cuál es el camino
que me muestra mi madre, la Iglesia?
San Pablo, un apasionado por la vida y la esperanza, nos enseña que “la
esperanza no quedará defraudada porque el amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5, 5). Pese a
que el mundo se ha ido secularizando, sin embargo, las búsquedas de
espiritualidad nos siguen sorprendiendo gratamente. Sin oración, sin alabanza a
Dios, quedamos como amputados en el alma.
3.
Cristo nos ofrece la verdadera esperanza
Dejaba recién planteada la pregunta “¿cuál es el camino que me muestra mi madre,
al Iglesia?”.
“Cristo es el camino, la verdad y la vida” (cfr. Jn 16, 4).
“La misión del anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo tiene una destinación
universal. Su mandato de caridad abraza todas las dimensiones de la existencia,
todas las personas, todos los ambientes de la convivencia y todos los pueblos.
Nada de lo humano le puede resultar extraño. La Iglesia sabe, por revelación de
Dios y por la experiencia humana de la fe, que Jesucristo es la respuesta total,
sobreabundante y satisfactoria a las preguntas humanas sobre la verdad, el
sentido de la vida y de la realidad, la felicidad, la justicia y la belleza. Son
las inquietudes que están arraigadas en el corazón de toda persona y que laten
en lo más humano de la cultura de los pueblos. Por eso, todo signo auténtico de
verdad, bien y belleza en la aventura humana viene de Dios y clama por Dios.”
(DA 380).
El
Papa Francisco predicaba el Domingo de Ramos: “Nuestra alegría (…) nace (…) de
haber encontrado a una persona, Jesús; que está entre nosotros; nace del saber
que, con él, nunca estamos solos, incluso en los momentos difíciles, aun cuando
el camino de la vida tropieza con problemas y obstáculos que parecen
insuperables, y ¡hay tantos!” (Papa Francisco, 24 de marzo 2013).
Un
filósofo existencialista (Gabriel Marcel) decía: “Amar a alguien es decirle ‘tú
no morirás jamás’”. Me acordaba de eso, y lo imaginaba a Jesús diciéndote “te
amo, no morirás jamás”. El amor de Jesús es la firmeza de la esperanza. La
Pascua de Cristo es nuestra victoria.
Al
principio dejé abierta una pregunta “¿Es posible un mundo perfecto?”. Mi
respuesta es ¡Sí! “¿Acá, en esta historia?” Eso cuesta un poco más, porque
contamos con nuestra condición pecadora, con las grandezas y los límites del
corazón humano. Hace unos años leí en un libro “paraíso es el mundo que se forma
en torno a la persona que ama”. Y creo que de verdad es así.
La
carta a los Hebreos usa la imagen del ancla para hablar de la esperanza. Un
ancla que está con Jesús resucitado en el cielo, y a la cual nos aferramos. (cfr
Hb.6, 17-20)
El
Papa Francisco pedía a los jóvenes hace pocos días: “No se dejen robar la
esperanza”. Y alguien puede preguntarse si es posible robarla. Sí. Cuando te
dicen que nada va a cambiar, que ya todo está jugado, que es mejor salvarte vos
que pensar en los demás. Quitarle sueños y posibilidades de desarrollo a los
jóvenes es robarles la esperanza. Y con jóvenes sin esperanza, el mundo está más
cerca de su propia destrucción. Con los ojos puestos en Jesús, y confiando en su
amor, beban del agua que calma de verdad.
Es
comunitaria. Somos un pueblo con esperanzas.
+Jorge Eduardo Lozano
Obispo de Gualeguaychú
ARGENTINA
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