viernes, 26 de julio de 2013

Mons. Malfa: Primera Catequesis - 24 de julio



"Sed de esperanza, sed de Dios"

Por Mons. Carlos H. Malfa, Obispo de Chascomús


Queridísimos jóvenes, quiero saludarlos con las palabras del Apóstol San Pablo a los cristianos de Roma:"Que el Dios de la esperanza los llene de alegría y de paz en la fe, para que la esperanza sobreabunde en ustedes por obra del Espíritu Santo" (Rom. 15, 13).
"La esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rom. 5, 5).
Ustedes han llegado a Río haciendo un largo camino, quizás difícil en algunos casos, preparado con tiempo y esfuerzo, pero llegaron. El camino es esperanza, y ahora la esperanza se abre a la comunión del encuentro –con el Papa y millares de otros jóvenes- para experimentar juntos el amor de Dios, el seguimiento de Jesús, recibir el envío misionero, comprometerse a construir la civilización de la verdad y del amor. El encuentro es esperanza. Luego volverán a sus países y comunidades, cambiados por dentro y enlazados fraternalmente, seguros de la Presencia de Jesús Resucitado habiéndose dado cuenta que no están solos y que pueden trabajar juntos por la libertad, la justicia y el amor. Y este compromiso de hermanos es esperanza.

1. "Cristo Jesús, nuestra esperanza" (1Tim 1,1).
Del misterio de Cristo, Crucificado y Resucitado, nace la esperanza que no defrauda.
El Beato Juan Pablo II, patrono y creador de estas Jornadas dijo a un grupo internacional de jóvenes al entregarles la Cruz: "Queridísimos jóvenes, al final del año santo les confío el signo mismo de este año jubilar ¡la Cruz de Cristo!, llévenla por el mundo como señal del amor de Nuestro Señor Jesucristo a la humanidad y anuncien a todos que solo en Cristo, muerto y resucitado está la salvación y la redención".
Nosotros como Iglesia vivimos apoyándonos y haciendo nuestra la Cruz de Jesús y por eso cantamos en la celebración de la Pascua "Salve, oh Cruz nuestra única esperanza" porque la cruz nos lleva definitivamente a la resurrección y también cantamos: Resucitó Cristo, mi esperanza" (Secuencia).
Si es verdad que en el horizonte de nuestra vida cristiana hay pruebas y dificultades, incomprensiones y rechazos, dolor y sufrimiento, Jesús nos revela antes que nada el amor de Dios Padre "tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único para que todo el que cree en El no muera sino que tenga la vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por El" (Jn 3,16-17). "El Padre mismo los ama" (Jn 16,27) y vivimos en la confianza en ese amor de Dios. Somos los seguidores del Resucitado, sabemos que si la Cruz es la inclinación más profunda de Dios hacia el hombre en cuanto amor eterno, el mayor gesto de amor que conoce la historia humana que sana las heridas más dolorosas de nuestra existencia terrena, la resurrección es la certeza de que este amor es más fuerte que el pecado y que la muerte.
Así cuando Jesús quiere enseñarnos a vivir en la esperanza siempre nos señala tres actitudes fundamentales: la oración: "recen para no caer en la tentación" (Mt. 26, 41); la cruz:"si el grano de trigo muere, da mucho fruto" (Jn 12-24); y el servicio fraterno: "lo que hicieron por mis hermanos más pequeños lo hicieron conmigo".
Jesús nos enseña a no tener miedo y a no desesperar nunca: "les digo esto para que encuentren la paz en mí, en el mundo tendrán que sufrir, pero tengan valor: Yo he vencido al mundo" ( Jn 16,33). (Josefina Bakhita): "Soy definitivamente amada, suceda lo que suceda, este gran Amor me espera. Por eso mi vida es hermosa" (Spes salvi, 3). El profeta Isaías dice: "Los jóvenes se cansan, se fatigan, los valientes tropiezan y dudan, pero los que esperan en el Señor, El los renueva con su vigor, subirán con alas como águilas, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse" (40,30-31). Sean los que siempre esperan en el Señor y serán felices.

2. "Sean alegres en la esperanza" (Rom. 12, 12)
San Pablo dice a los romanos que los creyentes son "spes salvi", "salvados en esperanza" (8,24) y por eso tienen que ser "spes gaudete", "alegres en la esperanza" (12,12).
El encuentro de los jóvenes con el Papa tiene que ser una fiesta del entusiasmo de la fe, profunda y radiante. Para una cultura de la muerte, del odio y la tristeza será una propuesta de vida, de amor y de fiesta. Será la alegría verdadera que nace del amor y es fruto del Espíritu Santo, la alegría plena y duradera que nos dejó el Señor, que nace de la cruz y se expresa inequívocamente en el servicio a los más pobres. Que el odio y la violencia no nos quiten el gusto de la fiesta del Resucitado, del amor que nunca pasa y que puede hacer una sociedad más justa, más fraterna, más humana que puede hacerse con fe en Dios y confianza en los hermanos. Ustedes han llegado con el deseo de encontrarse, con deseos de ver al Papa Francisco y de escucharlo, con hambre y sed de justicia, con deseos de oración y la necesidad de compartir el amor de Dios que nos hace nuevos y felices.
En esta Jornada abramos los corazones a la alegría como fruto de la esperanza. La alegría es la expresión más concreta de la resurrección que tiene que notarse en nuestros rostros, alegría profunda, verdadera y plena porque estamos hechos para Dios y nuestro corazón está inquieto hasta que no descansa en El, decía San Agustín en sus confesiones.
"Sean alegres en la esperanza" es la invitación a todo bautizado. Nuestra alegría consiste en haber hecho la experiencia de ser amados por Dios, de saber por experiencia que la "gloria de Dios es el hombre viviente" (San Ireneo). A partir de esta experiencia la vida cristiana y la alegría están íntimamente unidas, el Evangelio es mensaje de alegría que nos invita a vivir en la sinceridad del amor y como fruto de ese amor que nos amó primero surge en nosotros la verdadera felicidad. El amor de Cristo ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo y el fruto de ese mismo Espíritu es Alegría y Paz.
Esto quiere decir que quien vive su fe con tristeza y abatimiento no ha comprendido bien el mensaje del Señor Jesús, nuestra alegría no proviene de ninguna realidad transitoria (si fuera así sufriríamos la desilusión de lo que es pasajero) sino que ella proviene de Aquel que nos llama felices porque nuestros ojos ven y nuestros oídos oyen la Palabra de la vida.
La alegría se alimenta en la Eucaristía, especialmente cada domingo "día del Señor" y si es posible cada día unidos a Jesús y a la comunidad eclesial, así gustamos la alegría de las bienaventuranzas: de los pobres y pacientes, de los que sufren y tienen hambre y sed de justicia, de los misericordiosos y limpios de corazón, de los que trabajan por la paz y son perseguidos a causa de la justicia (Mt5, 3-10). La alegría se irradia en el servicio, en el corazón de cada cristiano estará siempre Jesús que vive en los pobres, los enfermos, en los necesitados de toda especie (Mt 25). Así vivimos el Evangelio y practicamos las bienaventuranzas, es hacernos cercanos y solidarios con quien sufre que no debe ser sentido "como limosna humillante" sino como un compartir fraterno, hemos de actuar de tal manera que los más pobres, en cada comunidad cristiana se sientan como "en su casa". La caridad de las obras muestra la verdad de la caridad de las palabras.
Confío en que ustedes jóvenes deseen anunciar a Cristo nuestra "feliz esperanza" (Tit 2, 13) y participar en la historia de los hombres llevándoles la "alegría de la salvación". La alegría de la salvación que recibió y comunicó María: "Alégrate, la llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1, 28) Y Ella camina junto a nosotros.

3.- Que no nos roben la esperanza.
Queridos jóvenes: no seamos nunca hombres y mujeres tristes. Nuestra alegría no nace por tener cosas, "nuestra alegría (…) nace (…) de haber encontrado a una Persona: Jesús, que está entre nosotros; nace del saber que con Él, nunca estamos solos, incluso en los momentos difíciles, aún cuando el camino de la vida tropieza con problemas y obstáculos que parecen insuperables, y ¡hay tantos!" (Papa Francisco, homilía del domingo de Ramos, 24 de marzo de 2013), solo El nos ofrece la alegría que nadie puede quitarnos (Jn. 16,22). Cuando Benedicto XVI los convocaba para esta Jornada mirando al Cristo Redentor, les decía que sus brazos abiertos son el signo de que El nos recibe, que en su corazón encontramos la esperanza porque expresa el inmenso amor que tiene para cada uno.
"Y, por favor, no se dejen robar la esperanza, esa que Él nos da" decía el Papa Francisco el Domingo de Ramos, para que nunca caigamos en el facilismo o en el desánimo, que nada disminuya o quite nuestras fuerzas, porque todo lo podemos en Aquel que es nuestra fortaleza (Fil 4,13).
¡Que no nos roben la esperanza! ¡Que no nos roben la alegría!

Carlos H. Malfa
Obispo de Chascomús
Argentina


Preguntas para los jóvenes
¿Cómo te preparaste para llegar a la Jornada? (materialmente-espiritualmente?)
¿Cómo podrías describir la alegría y la esperanza de tu corazón?
Dar 3 razones para la esperanza.


Homilía 24 de julio
Os. 11, 1.3-4.8-9; Sal 102 (103) 1-4, 8, 10, 17-18; Mt. 11, 25-30

Consagró a los jóvenes al Sagrado Corazón de Jesús
Cristo Redentor: "Su corazón abierto para amar a todos, sin distinción, y sus brazos extendidos para abrazar a todos, sean ustedes el corazón y los brazos de Jesús; testigos de su amor, los nuevos misioneros".

1. Jesús en oración lleno de alegría del Espíritu Santo.
A pesar de oposiciones y rechazos "pequeños-sencillos" reciben, acogen la palabra y se abren a la fe, el poder de la Palabra de Jesús vence al mal. Entonces brota la oración de Jesús como un himno de alegría, reconocimiento y alabanza, reconoce hasta el fondo la acción de Dios Padre y El está en total consciente y gozoso acuerdo con este obrar, proyecto del Padre.
Jesús se dirige a Dios llamándolo "Padre" expresando conciencia y certeza de Jesús de ser el "Hijo" en íntima y constante comunión con El: fuente de toda la oración de Jesús, lo ilumina cuando dice: "Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quien es el Hijo sino el Padre, ni quien es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quera revelar".
En nuestras relaciones humanas necesitamos de la comunión del ser para conocer, solo estando en comunión con el otro comienzo a conocerlo, lo mismo sucede con Dios: solo puedo conocerlo si tengo un contacto verdadero, si estoy con comunión con El, así lo enseña Jesús.
¡Sí Padre! Conmovedor, expresa el fondo de su corazón de Hijo, su adhesión al querer del Padre, toda la oración de Jesús está en esta adhesión amorosa de su corazón al "misterio de la voluntad" del Padre. De aquí nace la invocación que dirigimos a Dios en el Padrenuestro: "Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo", con Jesús también nosotros pedimos entrar en sintonía con la voluntad del Padre llegando a ser sus hijos, somos hijos de Dios: aquí está la raíz de nuestra dignidad, orar es meternos en el corazón filial de Jesús para decir llenos del Espíritu: Abba! Padre! Y este orar nos lleva a la misión, pero tenemos que hablar con Dios, antes de hablar de Dios.
Este es el don que acogen los "sencillos y pequeños", ¿qué significa ser sencillos y pequeños? ¿Cuál es la sencillez y la pequeñez que nos abre a la intimidad de hijos, filial con Dios y a aceptar su voluntad? ¿Cuál debe ser nuestra actitud de fondo en nuestra oración?
Miremos al Sermón de la Montaña donde Jesús afirma: "Felices los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5, 8). Es la pureza del corazón (donde no hay dobles intenciones – honestidad) la que permite reconocer el rostro de Dios en Jesús y el rostro de Jesús en los hermanos. Es tener un corazón sencillo como el de los niños, sin la presunción de quien se cierra en sí mismo, pensando que no tiene necesidad de nadie, ni siquiera de Dios. Nosotros reconocemos que necesitamos de Dios, necesitamos encontrarlo- escucharlo – hablarle.

2. Llamada de Jesús.
Luego de la oración, del himno de alegría, encontramos uno de los llamados más apremiantes de Jesús, son palabras que conocemos pero que siempre nos conmueven: "Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón y encontrarán descanso para sus almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera" (Mt 11, 28-30). Su yugo es el camino de la sabiduría del Evangelio que es una Persona a quien seguir: Él mismo el Hijo de Dios en perfecta comunión con el Padre.

3. Nos llama a seguirlo y a tener la compasión que El tenía por las muchedumbres por que estaban abandonados como ovejas sin pastor. Como Jesús cuando recorría los caminos de Galilea anunciando el Reino de Dios y curando a muchos enfermos, somos invitados a prolongar y extender la compasión ante tantos oprimidos por difíciles condiciones de vida, tantos jóvenes desprovistos de referentes válidos para encontrar un sentido y una meta a la existencia, multitudes probados por la indiferencia y la pobreza, los desplazados y refugiados, en los que emigran arriesgando su propia vida.
Tenemos que aprender de Jesús, tomar su yugo que no pesa sino aligera, no aplasta sino que alivia.
El yugo de Cristo es la ley del Amor, es el mandamiento que ha dejado a sus discípulos. Sí, el verdadero remedio para las heridas de la humanidad –sean materiales como el hambre y la injusticia, sean psicológicas y morales, cansados por un falso bienestar- es una regla de vida basada en el amor fraterno que tiene su verdadera fuente en el amor de Dios.
María nos ayude a gustar la oración de Jesús, a escuchar su llamado y seguirlo, a imitar la compasión de su corazón. Amén.

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