viernes, 26 de julio de 2013

Mons. Arancedo: Tercera Catequesis

Ser Misioneros: "¡Id!
Por Mons. José M. Arancedo, Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

En esta última catequesis no podríamos hablar de evangelización o de misión en la vida de la Iglesia, si antes no hubiéramos hablado de ese encuentro con Cristo que nos introdujo en el camino del discípulo. No hay misión fecunda en la Iglesia que no parta de un discipulado, como tampoco hay un discipulado auténtico que no se exprese en una vida de misión. Sólo la palabra que nace en la intimidad del silencio del discípulo es una palabra fecunda. Esa profunda alegría del encuentro con Jesucristo es lo que impulsa al discípulo a salir y a compartir el gozo de esta experiencia. Este es el testimonio de san Pablo, cuando dice: "Ay de mí si no predicara el Evangelio" (1 Cor. 9, 16), que lo vive como expresión de su gozo y responsabilidad apostólica. Para descubrir el significado de la misión debemos adentrarnos en esta intimidad de Dios que es Amor. El origen de toda misión es el amor del Padre que envío a su Hijo al mundo, y él junto con su Padre nos envío al Espíritu Santo como fruto se su Pascua, para hacernos miembros vivos de su Iglesia. Hay una primacía de Dios que nos llama, que nos comunica su gracia y nos envía al mundo. Sacar a la misión de este contexto de amor y de salvación, es desconocer su origen y empobrecer su sentido: "Si, Dios amó tanto al mundo, nos dice san Juan, que envió a su Hijo único para que todo el que crea en él no muera, sino que tenga Vida eterna" (Jn. 3, 16). Descubrirnos en esta cadena de amor que tiene su origen en Dios y como destinatario al mundo, es comprender y vivir el sentido de la misión de Jesucristo. La evangelización es un acto de amor y de responsabilidad a la misión recibida.

Queridos jóvenes, ustedes están llamados a ser apóstoles de esta presencia de Jesucristo en el mundo de hoy. La Iglesia los necesita y espera, hay en ella un lugar que les pertenece y desde el cual ustedes deben partir para predicar a Jesucristo. Si no lo ocupan ese lugar va a quedar vacío. Lo debemos comenzar a asumir desde nuestra pertenencia a la Iglesia en lo concreto de nuestras vidas y relaciones y ser allí, en primer lugar, testigos de este mensaje de amor que tiene su fuente en Dios y que se hizo camino en Jesucristo. Tenemos que estar convencidos de la importancia y la centralidad de la verdad del evangelio para nosotros y para la vida del hombre. El ser misionero no es una actividad más entre otras, es una expresión madura de haber comprendido el Evangelio. Cuando le predicamos a alguien a Jesucristo no le estamos predicando algo secundario, sino lo más importante para su vida, aquello que lo que lo introduce en la verdad profunda de lo que es. ¿Qué cosa más grande y más bella podemos dar sino a Dios?, se preguntaba Benedicto XVI, y respondía: "Quien no da a Dios, da muy poco". Por ello, quien da a Dios da todo. Es fácil hablar de la misión, no siempre ser misionero. Deberíamos preguntarnos ante el Señor que me llama: ¿participo en la vida de Iglesia, en mi familia, en mi comunidad concreta con este espíritu misionero?, o me conformo con ser alguien más que cumple con algunos mandamientos y se llama cristiano.

Conocemos, además, la importancia y la cercanía del Señor con el dolor, con el que sufre, con el marginado. Esta opción de Jesús no puede estar ajena en la vida de un "discípulo-misionero" comprometido con su Evangelio. Por ello, nos decía el Papa Francisco, debemos salir de nosotros mismos a las periferias del mundo y de la existencia, para llevar a Jesús. El mayor peligro de un misionero no siempre es perder la fe, sino quedar domesticado por un mundo que le hace perder la sensibilidad frente a las necesidades materiales y espirituales de sus hermanos. ¡Qué triste cuando un misionero se instala, cuando un misionero es indiferente! Tal vez viva la seguridad de una fe que lo tranquiliza, pero que no lo hace testigo vivo de lo que cree. Es como la sal que ha perdido su sabor, para qué sirve. Queridos jóvenes, hay mucho dolor físico, moral y espiritual cerca de nosotros, pensemos que son personas que viven a la espera de un buen Samaritano que detenga su camino y los acompañe. La misión es un acto de amor. La pobreza puede ser un tema ético o político, el pobre es un tema evangélico. La Iglesia evangeliza a este hombre concreto promoviéndolo, y lo promueve evangelizándolo. No hay dos caminos en la Iglesia, el de la promoción humana y el de la evangelización, hay uno solo que es el de Jesucristo. Cuando Cristo, con su palabra y su vida, deja de ser el centro y el paradigma de la vida y misión en la Iglesia, adulteramos la verdad del evangelio. Desde esta centralidad de Cristo podemos y debemos hablar de una opción preferencial por el pobre, por el que sufre, sabiendo que es una página de la cristología, como decía el Santo Padre. No lo olvidemos, Jesús tuvo sus preferidos, que ellos sean también nuestros preferidos. Una Iglesia cerca de los pobre y al servicio de ellos, no es una estrategia pastoral sino fidelidad al Evangelio.

Debemos vivir y sentir la urgencia de la misión como una pregunta que se dirige a nosotros, a mí personalmente. Qué triste, decíamos, cuando se pierde el entusiasmo por la misión, cuando nos instalamos y nos sentimos cómodos. Cuando hemos dejado de escuchar la voz de tantas personas que buscan la luz de la verdad, que claman por  justicia y viven a la espera de una palabra que sostenga su esperanza. San Pablo, sintiéndose angustiado y responsable por la vida de fe de sus hermanos exclamaba: "¿cómo lo invocarán sin creer en él? ¿Y cómo creer, sin haber oído hablar de él? ¿Y cómo oír hablar de él, si nadie lo predica? ¿Y quienes predicarán, si no se los envía?  El misionero no es un francotirador que se autoproclama, sino un enviado. Es alguien que participa de aquella misión que Jesucristo, el enviado del Padre, le ha dejado a la Iglesia y continúa viva a través de la comunión en la sucesión apostólica. Queridos jóvenes, no caminamos solos, necesitamos de la Iglesia como lugar de comunión, de identidad y de envío. Este ha sido el proyecto de Jesucristo, que hoy Pedro, Francisco, nos lo recuerda. Esta experiencia eclesial desde la cual vivimos nuestra fe tiene que ir madurando en lo concreto de mi pertenencia a un grupo parroquial, a un movimiento, institución o comunidad religiosa, que nos lleve a vivir y a dar testimonio de la creatividad misionera de la Iglesia. No olvidemos que para ser auténticos misioneros debemos estar fuertemente arraigados en Cristo y vivir en la comunión de la Iglesia. Cristo, la Iglesia y el Mundo, es el camino que Dios ha seguido y que el misionero debe vivir y recorrer. ¡Cuántas veces la debilidad misionera de la Iglesia es, ante todo, una debilidad en su vida de comunión! El Señor primero le ha pedido al Padre "que sean uno como, nosotros somos uno", para luego manifestar el sentido eclesial y misionero de esta comunión: "para que el mundo crea" (Jn. 17, 21).

Esta Jornada Mundial de la Juventud al realizarse en Brasil nos habla y nos recuerda que aquí, en Aparecida, la Iglesia realizó su V° Conferencia General del Episcopado de Latinoamérica y del Caribe, bajo el lema de ser: "Discípulos y Misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida" (Jn. 14, 16). Que esta fuerte experiencia eclesial que estamos viviendo sea un testimonio de fe, una palabra de esperanza y un gesto de amor para toda la humanidad. Que María Santísima, Nuestra Señora de Aparecida, nos acompañe en este envío misionero que hoy la Iglesia nos hace para predicar a su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

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